El arte mesiánico o el arte para la transformación social

El arte mesiánico o el arte para la transformación social

“La historia social del arte es una historia del arte en la que se pone un especial interés en estudiar y destacar las condiciones sociales que hacen posible e influyen en la producción artística”

(Vicenç Furió. «Sociología del arte”)

El arte, a través de la historia, ha ido sufriendo una evolución tanto a nivel estético como social. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de arte? He aquí uno de los grandes dilemas en los mundos del arte. Las sociedades surgidas de los diferentes movimientos artísticos se han ido rigiendo por una serie de convenciones y reglas establecidas para la denominación de “objeto de arte” u “obra de arte” que, directamente, influían en la creación artística y en su exposición.

 

La sociedad occidental moderna, a partir del siglo xx, ha evolucionado en cuanto a la recepción, denominación y el estudio del arte y, como comenta Vera Zolberg en su capítulo “¿Qué es el arte? ¿Qué es la sociología del arte?”, “surgen con tanta frecuencia preguntas sobre qué incluir o qué excluir de la categoría artística, que éstas se imponen en cualquier sociología del arte”. 

            Desde que la figura del artista se independizó de la del artesano en el Renacimiento y se concretó la dicotomía entre objeto artístico y artesanía, se plantean preguntas como quién considera que el arte es arte, quién es considerado artista o cuál es el precio de una obra de arte. Estas cuestiones que critican o valoran los diferentes temas que abarca el arte son un generador de teorías sociales que, por una parte, intensifican el valor artístico y, por otro lado, aclaran dudas a la sociedad respecto al arte, dando pie, así, a los intensos debates sobre la sociología del arte. 

            La sociología del arte, o estudio social en el arte, nace en esta sociedad moderna cuando, según nos comenta Alfred Gell en «Definición del problema: necesidad de una antropología del arte», los sociólogos cambian la perspectiva humanista de mirar el arte: este nuevo prisma reclama obligatoriamente un contexto social en una obra de arte, llegando, en muchos casos, a convertir un objeto artístico en un mero objeto sin más sentido que su utilidad o estética. Con la entrada de la sociología en el arte, empiezan a surgir diferentes teorías sociales sobre este, dando entrada a las denominadas controversias en los mundos del arte. En este ensayo analizaremos, pues, desde una perspectiva sociológica, una de las cuestiones que más me interesan sobre las controversias del arte: ¿tiene el arte capacidad para la transformación social? 

 

Partiendo desde los inicios del arte, la intencionalidad del ejercicio artístico radicaba en lo estético y lo simbólico; esta concepción, sin embargo, cambia con la historia y el momento en el que vivimos, tomando un gran protagonismo las sociedades artísticas y a su red de actores. La figura del artista, o autor, surge de la independencia del artesano a querer ser un individuo de “subjetividad creativa y autónoma” (Dorotea von Hantelmann, 2017) y, a partir de aquí, se crea la necesidad de formar una cadena de actores que compondrían la actual denominada red de actantes en los mundos del arte. 

            Con la independencia del artista y la creación subjetiva de obras de arte independientes, nace el formato expositivo, un ritual artístico con una antigüedad de más de 200 años, para dar pie a las sociedades democráticas occidentales del mercado del arte, que se dedicarían a la basta producción y exposición del arte. Es entonces cuando entran en juego las instituciones y, en este caso, el museo es el terreno en el que el objeto se transforma en obra de arte para deleite de sus observadores. La idea principal de estas sociedades era la de acercar este arte independiente a los espectadores, creando, así, una relación entre la producción de la subjetividad del artista y la producción de tales objetos artísticos para tener el máximo impacto en la subjetividad del espectador y favorecer, de este modo, la aparición de una necesidad de consumo. Con esto vemos cómo las sociedades de mercado elevan los objetos de arte a un terreno de mayor apariencia, produciendo, por ende, el significado y la subjetividad del arte.

            El juego que generan las grandes convenciones del arte, exponiendo y movilizando el arte con la intención de llamar a las masas hacia las instituciones, el consumo del arte y, por ende, reclamar al turismo, es el combustible que hace funcionar los sistemas del mercado y, gracias a ello, se promueve la cultura histórica, social y, sobre todo, la visual. Con ello vemos que el arte subjetivo, dependiendo de la red que orbite a su alrededor, puede atraer a la sociedad, causando así una cadena de beneficios, ya no solo para la institución, sino también para la sociedad a la que pertenece, transformado, así, los valores culturales y, sobre todo, económicos.

            En todo este trámite dentro del sistema expositivo, no podemos olvidar al gobierno, esto es, la política creada por las agencias y las convenciones sociales que promueven sus ideales y estos, a su vez, no solo la dirigen, sino que también limitan la creación artística. Con esto podríamos decir que el arte no es del todo autónomo: el artista que expone en un museo o institución rige su estética y su contexto en base a los ideales de esas sociedades en particular. 

 

Con la llegada de las vanguardias se afirma que la autonomía del arte no es cierta; este movimiento artístico, que iba en contra del sistema expositivo y todas las convenciones artísticas de su época, no obstante, no tuvo más remedio que recurrir al sistema que rechazaban para poder alzar su forma de hacer arte. Dorotea von Hantelmann en su texto “Introducción. La eficacia social del arte” comenta que “la obra de arte no adquiere impacto social al romper con estas convenciones, sino que es a través de estas mismas convenciones cómo se genera el impacto social” y que “la idea producida por una ruptura de las convenciones se sustituye por su uso, lo cual también posee potencial transformador”; con esto podemos afirmar que las vanguardias demostraron que el arte nunca fue autónomo y que precisaba de una red de actantes para que su funcionabilidad fuera factible dentro de los mundos del arte. Pongamos el ejemplo de la “Niña con globo” del artista transgresor (y sin identificar) Banksy, que, tras ser comprada en la subasta en la que se exponía, fue autodestruida por una trituradora oculta en su marco. 

Niña con globo, Banksy, 2018

Esta performance que el artista británico ideó en 2018 fue una llamada de atención a las sociedades de mercado; fue un acto de rebelión contra las convenciones sociales dentro del mercado del arte. Sin embargo, nótese que esta acción solo fue posible dentro del sistema al cual se estaba atacando (y, para más inri, el propio sistema, a su vez, revalorizó esta pieza semi-destruida al revenderla, 3 años después, triplicando su valor inicial). Es importante, por lo tanto, subrayar que el formato expositivo es intrínseco al arte y no puede ser sustraído del él (al igual que su carácter político, ya que es cómo se produce el impacto social a través de los objetos artísticos). Al entrar a un museo, visitar una galería o ir a ver una obra de arte urbana, se accede a la subjetividad del individuo, autor del arte en cuestión, y se fomenta una interacción con este para que el espectador acabe aportando, así, su propia visión. El lugar donde se desarrolle esta práctica artística conseguirá transmitir unos valores u otros y condicionará la percepción que el espectador tenga de esta. Este paso forma parte del proceso artístico, pues no se hace fortuitamente: que una obra se exponga en un determinado lugar, espacio y/o tiempo u otro está orquestado por el autor o por la institución atendiendo a sus intereses (artísticos o no); por lo tanto, volvemos a presenciar cómo el formato expositivo es, en parte, culmen de la obra, pues es cuando esta toma sentido. 

 

Hantelmann nos dice que “el arte puede crear y poner en entredicho la realidad”, es decir, que es transmisor de emociones, de ideas y, por lo tanto, motor de futuros movimientos sociales. Si el contexto en que se exponga una obra de arte genera pensamiento, no es de extrañar que las agencias se nutran de esta simbiosis entre obra y espectador (y las emociones que nazcan en él) para crear un símbolo, una imagen concreta que, posteriormente, acabe provocando un impacto en la sociedad que, a su vez, pueda culminar en un acontecimiento histórico, como ocurrió con el mítico Guernica de Pablo Picasso. Con ello vemos que el arte, a través de la agencia, se transforma, pues se le suman unos valores o unos ideales sociales. 

 

Así pues, podríamos atrevernos a afirmar que, por ejemplo, Picasso se convertiría en una especie de mesías que transmite un mensaje de transformación social gracias a las agencias, esto es, la apropiación, por parte del bando republicano, de la imagen de su obra; esto, sin embargo, parece que se produce a posteriori de la creación: aparentemente el autor no deviene redentor de la causa de manera consciente y premeditada, sino que es a través de su obra que se alza como tal, una vez que los engranajes de los mecanismos de los actantes comienzan a rodar y se hacen efectivos.

            En este punto, por tanto, cabe destacar la enorme capacidad discursiva del arte, y ello lo convierte en fuente de generación de emociones y, en consecuencia, configura un nuevo orden en la mente del espectador (o puede llegar a hacerlo). Pero nótese que el artista, en el proceso de creación de su obra, en primer término, lleva a cabo su propia metamorfosis a través de la previa investigación para el diseño, la producción y la finalización de esta y llevando a cabo, al mismo tiempo, una reflexión personal. Esta autotransformación del artista creador es, por lo tanto, indicio del poder transformador del arte y, así pues, que se extienda de forma universal no es de extrañar (o al menos no cuando tratamos con auténticas “obras de arte”, que son universales y permanentes a pesar del devenir de los días). 

            Y es que el arte posibilita el discurso, puede ser generador de consciencia a través de la mirada del artista y del mensaje que este transmite a través de su obra; el arte tiene un carácter comunicativo inmenso, es accesible a todo espectador que lo observe independientemente de su contexto idiomático, cultural e incluso socioeconómico. Consecuentemente, vemos que mediante el arte podemos generar una herramienta comunicativa con la capacidad de crear pensamiento, de derribar los muros de los prejuicios, de remover consciencias… en definitiva, es un motor de transformación social. En ese sentido, el artista ha de asumir la responsabilidad moral que le es propia y característica, y tendría que actuar por el bien común y aportar nuevos argumentos que acaben significando una mejora social.

            Cabe destacar, a la luz de la capacidad sanadora que tiene el arte, la importancia de una buena formación artística por parte de los sistemas educativos: dotar al artista con una buena base de comunicación y expresión es, en el caso del arte, lo más importante. Es crucial, pues que desde las escuelas se cultive el placer estético, la creatividad… la exploración artística en general para que los futuros artistas partan de una base fundamentada. Porque, en definitiva, si este sistema de comunicación artística tan potente es combinado con la pedagogía y/o la psicología, la mediación artística será la herramienta perfecta para la transformación social; o, en palabras de Criado, “un mediador socioeducativo que fomenta el acceso a la cultura promueve el empoderamiento, posibilita procesos de simbolización y con capacidad de resolver conflictos sociales”. En Confluencias disciplinares de la mediación artística (Criado, 2016), 

Confluencias disciplinares de la mediación artística (Criado, 2016)

la autora afirma que “encontramos actualmente dos formas de entender la mediación artística: la primera, como un modelo de educación artística para la intervención social a través del arte y, la segunda, como la intervención que se realiza en contextos museísticos entre las obras y el público”; es entonces cuando nace la relación entre la educación artística, la educación social y la arteterapia, construyendo un sólido puente en el desarrollo cultural, el arte comunitario y la resolución de conflictos. 

 

En definitiva, teniendo en cuenta los datos aportados y sumando nuestras propias reflexiones, podemos acabar destacando que el arte es un generador de emociones y nuevos ideales hacia el espectador; esto, en conclusión, conlleva a que el arte subjetivo sea el puente transmisor entre artista y observador, por lo que es importante el formato expositivo para que una obra de arte llegue y logre, por tanto, un impacto social verdadero y efectivo. La relación entre obra y exposición está en el mensaje que esta pretende lanzar al mundo, y para ello siempre tendrá en cuenta, de forma premeditada, el lugar, el espacio y el tiempo en el que se expondrá. El trabajo por parte de las instituciones y las agencias, movidas por su propia política, es apropiarse del choque emocional que desencadena el arte y, con ello, movilizar el mercado del arte y las diferentes convenciones sociales utilizando el objeto artístico en su favor.

            Así pues, el arte sí es capaz de transformar la sociedad: como se ha demostrado, el arte es una herramienta comunicativa con una capacidad de alcance monumental al trasmitir de manera global y multidireccional el mensaje del artista (y mucho más ahora con las nuevas tecnologías y los mecanismos de exposición tan poderosos que proporcionan las redes sociales). Para llegar a una funcional mediación artística, es fundamental que el artista posea el conocimiento necesario para una buena comunicación y expresión artística gracias a una previa y eficiente formación, en la que la psicología juega un papel crucial, que, finalmente, fomentará la investigación, el desarrollo y la reflexión personal del autor y acabará condicionando la manera en la que este cultive en sus obras un mensaje social, que acabe causando esos cambios de estado en la sociedad a la cual se está mostrando. Es necesario, en conclusión, que el artista acepte su capacidad mesiánica y acepte la labor humanitaria que puede tener su ejercicio artístico, más allá del (quizás no tan) mero beneficio económico.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

A. (2021b, octubre 16). Una obra medio destruida por Banksy triplica su precio en una subasta en Sotheby’s. Cinco Días. https://cincodias.elpais.com/cincodias/2021/10/14/fortunas/1634237467_733840.html

 

Aragay, J. La mediación artística: Arte para la transformación social, la inclusión social y el desarrollo comunitario – RES. Revista de Educación Social. (2021, 14 febrero). https://eduso.net/res/revista/25/resenas/la-mediacion-artistica-arte-para-la-transformacion-social-la-inclusion-social-y-el-desarrollo-comunitario

 

Gell, A. «Definición del problema: necesidad de una antropología del arte«. En: Arte y agencia. Una teoría antropológica. pp. 31-42. Buenos Aires: Sb, 2016. 

 

Glosario de términos de sociología del arte. (2020). Glosario de términos de sociología del arte. http://arts.recursos.uoc.edu/glossari-sociologia/es/

 

von Hantelmann, D. «Introducción. La eficacia social del arte«. En: Cómo hacer cosas con el arte. pp. 13-28. Bilbao: Consonni, 2017.

 

Waelder, PEl sector de las artes plásticas y visuales. PDF. Recursos UOC. UOC 2021.

 

Wolff, J. «La producción social del arte». En: La producción social del arte. Madrid : Istmo, DL 1998. p. 41-63. 

 

Zolberg, V«¿Qué es el arte? ¿Qué es la sociologia del arte?». En: Sociología de las artes. Madrid : Fundación Autor, DL 2002. p. 17-46.

 

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