La artisticidad de un objeto

La artisticidad de un objeto

Lo importante no es lo que miras, sino lo que ves.

(Thoreau, Hendry David,1817-1862)

Marcel Duchamp (1887-1968) presentó, en 1917, bajo el pseudónimo de Richard Mutt, Fountain (La fuente), una obra que removería los cimientos de la concepción y la valoración que, hasta la fecha, se había tenido del arte. Su creación consistía en la aparentemente simple exposición de un urinario al público, en un lugar nada habitual para este objeto. Esto nos lleva a reflexionar sobre cómo un objeto ordinario puede llegar a convertirse en una auténtica obra artística. ¿Por qué la obra de Duchamp es una obra de arte y, en cambio, un urinario estándar prácticamente igual, de la marca Bedforshire, no lo es? ¿Qué condiciona, por lo tanto, a un objeto a ser una obra de arte?

Antes de aventurarnos en esta reflexión, por un lado, nos es obligatorio plantearnos una pregunta: ¿qué es el arte? Para poder llegar a una conclusión lógica, debemos ahondar en el origen del arte, cómo se desarrolla esta idea y cuál es el contexto histórico que la condiciona. Es relevante saber cómo se ha documentado desde el principio la historia del arte, en qué se basa esta documentación y cómo esta ha influido en los artistas del pasado y del presente, para poder desprender, de los datos obtenidos a través de esta panorámica, qué se ha considerado arte y por qué así ha sido. Tenemos que llegar a comprender el arte en cada una de sus etapas y territorios, su utilidad o su propósito, ya que, con el paso de los años, el término «arte» se ha ido actualizando y no siempre ha respondido a las mismas pautas.

En la época prehistórica, los neandertales, en un primer momento, utilizaban el arte para prácticas sociales, ornamentales o protectoras, es decir, tenía una utilidad práctica y funcional, y respondía a unas necesidades concretas. Después, otras manifestaciones artísticas, que consistían en la dotación de significado concreto a una forma, una mancha o un color, sirvieron para la comunicación gráfica. En ese punto, para la población el arte ya no solo tenía un valor puramente estético o pragmático, sino que también tenía un valor identificativo. De ahí se puede deducir, por lo tanto, que el arte ya se estaba utilizando como medio de expresión.

La etimología de la palabra ‘arte’ (del latín ars y este, a su vez, calco del griego τέχνη, que significa ‘técnica’) podría hacernos creer que todo lo que requiere la cierta práctica de un conjunto de procedimientos concretos (que varían dependiendo de la época) es arte. Aunque, si bien esto podría aportarnos una visión totalmente sesgada y nada objetiva del concepto (y es que, cuando hablamos del arte a lo largo de la historia, vemos que los procedimientos técnicos van cambiando a medida que la sociedad evoluciona), la artisticidad va ligada, de manera muy importante, a la aplicación de una técnica, aunque no solo sea eso, como veremos más adelante, lo que lo defina.

La historia del arte tiene una base que documenta, en su gran mayoría, el arte occidental y sus referentes son artistas masculinos, tal y como se explica en «Perfect Stories» (Elkins, 2002), el hecho de ignorar las producciones de artistas femeninas, homosexuales o de origen oriental, vislumbra la monopolización del arte a la luz de un determinado círculo de artistas y, por lo tanto, evidencia que, poco a poco, desde únicamente esa perspectiva, bajo esos determinados preceptos, se fueran normativizando las reglas para la creación de obras de arte. ¿Qué obras eran «obras de arte»? Solo aquellas que estuvieran referenciadas, es decir, aquellas que reunieran estrictamente esas estereotipadas condiciones. Y el hecho de ser expuestas en un museo, por lo tanto, las consagraba como arte.

La fuente, Marcel Duchamp, 1917

El caso de Duchamp, con su obra Fountain (La fuente), rompió con esa concepción sectaria del arte: un urinario, como cualquier otro de su serie de fabricación, para la creación del cual no se había aplicado ninguna técnica (ni tan solo había sido trabajado), y firmado además por un artista desconocido: ¿ese objeto podía ser arte, tan solo con que estuviera expuesto en un museo?

Citando las palabras del investigador Edgardo Ganado Kim sobre La fuente,

«es pieza fundamental no sólo en la historia del arte, sino en la historia del pensamiento y critica. […] Lo que hace es invitarnos a pensar otra forma de generar producción simbólica y conocimiento. Duchamp nos presenta que el problema no es el objeto, sino la estructura mental y crítica que se le aplica a ese objeto en un determinado campo del arte; porque en un baño no es más que un urinario, en una tienda es una mercancía, pero en un museo critica la idea de que el arte debe ser un objeto único y hecho de manera virtuosa».

La Fuente de Duchamp es ironía, una crítica al sistema y una burla a las convenciones. Si los historiadores se hubiesen ocupado de incluir en sus libros también a esos otros olvidados y diferentes referentes artísticos, ¿habría Duchamp presentado su Fuente? Duchamp estaba presentando arte conceptual, que trascendía los límites de las antiguas concepciones funcionales, estéticas y técnicas del arte. Mediante lo que pudiera ser una provocación, Duchamp consigue aportar más valor al concepto que no al objeto en sí ni al autor. Un objeto convencional se puede convertir en una obra de arte sólo por el hecho de estar expuesto en una galería o un museo, porque, aunque su utilidad, aparentemente, pudiera ser la misma, su mensaje, en cambio, no lo será, y en esa nueva ubicación es donde se transforma en obra de arte.

¿Dónde radica, pues, la artisticidad de un objeto? La experiencia del usuario es importante a la hora de valorar la artisticidad de una obra, de entenderla o de ignorarla. Saber cuándo se ha creado cierta obra, qué problemas sociales había en esa época o la técnica utilizada para realizarla son temas importantes a la hora de observar una obra artística; todo ello nos aporta una visión diferente y un mensaje más extenso sobre lo que estamos mirando y eso nos ayuda a comprender un poco más la obra y al artista.

Llegamos a la conclusión, por lo tanto, de que La Fuente de Marcel Duchamp es considerada una obra de arte porque invita al observador-espectador a hacer una crítica a su propia cultura ⸺a esa que referencia únicamente unos modelos concretos⸺ y a reflexionar sobre la concepción artística en sí. Y para ello, se vale de la exposición de la obra en un museo, porque es así y ahí cómo y dónde se le ofrece al visitante la oportunidad de mirar para intentar entender aquello que representa una obra de arte y convertirla en tal, ya sea por su espíritu estético, su laboriosidad técnica, su concepto o todas ellas.

 

Bibliografía

Ávila, S. y Palomera, M. La fuente de Marcel Duchamp, la historia de una burla. Recuperado en
https://www.excelsior.com.mx/expresiones/2017/04/10/1156956

Campas, J. Los mundos del arte. Barcelona: UOC. Recuperado en

http://cvapp.uoc.edu/autors/MostraPDFMaterialAction.do?id=236446

Campas, J. La construcción del conocimiento en historia del arte. Barcelona: UOC Recuperado en http://cvapp.uoc.edu/autors/MostraPDFMaterialAction.do?id=236447

Elkins, J. (2002). Perfect stories. En Stories of art (pp. 117-153). Gran Bretaña: Roudledge

Historia/arte, enciclopedia online de bellas artes. https://historia-arte.com

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